#6 Frieren y la nueva, buena fantasía
Donde hablamos de historias importantes en un contexto de franquicias desechables.
Muchas puertas, muchos maestros
Nunca me ha gustado la fantasía estadounidense. Con la notable excepción de Ursula Le Guin, siento que los creativos del país norteño conciben el género como un bien de consumo y no como una expresión literaria y mi sospecha no se limita solo al mundo de los libros. Las películas, videojuegos y producciones animadas estadounidenses desarrolladas en torno a temáticas afines siempre me han parecido sosas y mediocres. No hay nada que me parezca más insípido que el arte de franquicias como World of Warcraft, Magic: The Gathering o Dungeons and Dragons. Hay excepciones, claro, pero no hablaré de ellas esta vez.
Habiendo dicho eso, volvamos al comienzo: la industria estadounidense no entiende la fantasía «clásica» que se nutre de la llamada Escuela de Oxford, de raíces románticas, medievalistas y prerrafaelitas. En el mejor de los casos, produce una semblanza colonizada por la idiosincrasia norteamericana.
Lo anterior, hay que decirlo, no es un crimen. De hecho, podría decir algo parecido respecto a la «vertiente» o «escuela» fantasista que pretendo valorar en este ensayo. Me refiero a la «cepa» japonesa, que nos ha dado historias de largo y corto aliento en forma de música, videojuegos, largometrajes, manga o anime. Los japoneses se han apropiado prácticamente de los mismos elementos que los estadounidenses; también lo han hecho a su manera, pero se las han arreglado para conservar intacto el núcleo fundamental de la fantasía como estética. Y no. No me refiero solo a elfos y dragones.
Mis primeros viajes al país de las historias fueron gracias a los hermanos Grimm, Charles Perrault, Madame d’ Aulnoy, Oscar Wilde, Hans Christian Andersen o J.M. Barrie. Sin embargo, a medida que fui creciendo, los nombres de mis guías se volvieron notoriamente diferentes. Aparecieron CLAMP (Rayearth), Ryo Mizuno (Record of Lodoss War) y, por supuesto, Shigeru Miyamoto, Takashi Tezuka y Eiji Aounuma (The Legend of Zelda), entre muchos otros1. Mi lectura y posterior obsesión con El Señor de los anillos de Tolkien se dio a la par con mi interés por todas estas historias de magia y tierras legendarias. Baste decir que le tengo más aprecio al Hyrule de Ocarina of Time que a Narnia. Lo siento, tata Lewis.
En cierto sentido, nunca volví a leer una obra que (en conjunto y en el mismo medio), me haya hecho pensar y sentir lo mismo que El Hobbit, El Señor de los anillos y El Silmarillion. Nunca encontré una propuesta similar, salvo obras individuales, breves y generalmente emparentadas, como los cuentos de hadas de George Macdonald o el Ciclo de Terramar de la espléndida Ursula Le Guin. Mi historia con el manga y el anime, en cambio, está plagada de experiencias semejantes. La última de ellas fue Sou Sou no Frieren (Kanehito Yamada, Tsukasa Abe). También podría citar Osama Ranking (Sosuke Toka), Full Metal Alchemist (Hiromu Arakawa), Berserk (Kentaro Miura) y el linaje soulsborne de los juegos de Hidetaka Miyazaki. Hablando del otro Miyazaki —Hayao—, la cinematografía de Studio Ghibli tuvo en mí un impacto posterior y más político-estético que propiamente narrativo.
Este ensayo, con todo, es sobre Sou Sou no Frieren como obra cumbre de la fantasía japonesa, heredera natural de la escuela oxoniense, real innovadora y referente para lectores y autores de toda condición.
La seductora llave del prestigio
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En occidente se ha instalado la idea de que, para ser legítimos, los géneros imaginativos (fantasía, ciencia ficción y terror), deben «madurar» para validarse frente al público. Mi respuesta instintiva a esta afirmación es remitir a quien la sostenga a las sabias palabras que C.S. Lewis escribiera hace más de medio siglo: el verdadero infantilismo es añorar excesivamente la adultez2.
La debilidad de este argumento, por categórico y útil que pueda parecernos, es que presupone una idea de madurez relativamente estable, a pesar de que sabemos que esta tiende a ser fluida, dinámica y muchas veces subjetiva. También nos deja las siguientes incógnitas: ¿Qué es lo propiamente «adulto»? ¿Qué lo define, quién lo define, por qué y para qué?
Preguntas como estas harían de este ensayo un esfuerzo sumamente largo. Por lo tanto, las respuestas que ofreceré serán personales, parciales y pertinentes a lo que quiero decir. No están escritas en piedra ni han de tenerse por verdades absolutas.
Creo que la mayoría de lo que llamamos «adulto» no existe como tal, salvo como perspectiva o (como el mismo Lewis implicara) un vocablo adjetival. A modo de ejemplo, la sexualidad está presente en todas las etapas del desarrollo humano. A pesar de esto, muchos lectores de George R.R. Martin insistirán en el carácter «maduro» de su obra debido a la presencia de elementos eróticos de carácter explícito. Sin embargo, los cuentos de hadas, tanto en sus versiones íntegras como adulteradas, contienen los mismos elementos. A veces se los puede ver a simple vista y a veces no. Al mismo tiempo, el interé de las personas por la sexualidad es diverso, gradual y heterogéneo; no todos lo consideran indispensable en desmedro de su propia humanidad. Por ello, tenerlo como una marca de «adultez» es engañoso y reduccionista.
Hace unos días, precisamente, mirando The Witcher: Sirens of the Deep, película de animación que adapta el cuento “A Little Sacrifice” (Un pequeño sacrificio) de Andrej Sapkowski, pensaba «esto es The Little Mermaid meets Game of Thrones meets The Witcher». Ahora bien, Sapkowski es conocido por su trabajo de adaptación y reescritura de cuentos tradicionales, eso no debería sorprendernos. Geralt de Rivia, por cierto, no es precisamente célibe. El punto es, quizás, que a muy poca gente se le ocurriría describir The Little Mermaid (La sirenita) como una obra «adulta» en estos días. Poco importan los temas de muerte y transformación que permean la obra o que el propio Andersen haya dicho que, aunque el trasfondo de la obra apelaría más a los lectores adultos, los niños disfrutarían con el cuento y con la historia por su enganche narrativo3.
Eso nos lleva a la segunda pregunta y su inevitable respuesta: como «lo adulto» es materia de perspectiva, su definición es por fuerza arbitraria y se la encuentra a la enseña del ego, tanto personal como social: yo defino lo adulto, yo defino lo infantil. Esto, por cierto, no es nuevo. En la línea de estudios académicos de la literatura infantil y juvenil existen debates de larga data acerca de si dicha literatura le pertenece realmente a quienes (en teoría) está destinada, o si solo es una parcela más dominada por los intereses de aquellos que ya pasamos los dieciocho. Ahora bien, los entretelones de esta discusión están fuera del alcance de este texto. Sin embargo, tener en mente la idea de «lo adulto» como una noción difusa y un terreno en disputa resulta fundamental para la valoración que quisiera hacer de Sou Sou no Frieren: La fantasía para después de volver de Fantasía.
Un tema, diríamos, adulto. Ja.
Una historia de muerte, memoria y madurez.
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La mayor virtud de buena parte de la fantasía hecha en Japón es que no necesita presumir de madurez artificial para legitimarse. Es probable que Berserk sea uno de los pocos casos donde esto sea discutible, dado el conocido y frecuentemente exacerbado nivel de violencia que caracteriza sus viñetas. Por otro lado, tampoco puede negarse que el tratamiento nipón de la sexualidad humana es con frecuencia desconcertante para el público occidental y, por ende, no es indefectiblemente «adulto». Sin embargo, me atrevería a decir que, en el caso de la historia de Kentaro Miura, el horror corporal está imbricado de manera orgánica en la propuesta y tiende a desaparecer a medida que Guts, el personaje principal, evoluciona a lo largo de la trama. Esto es importante, porque da cuenta de un diseño narrativo consciente de sí mismo en el que «lo adulto» no es la llave que abre la puerta del prestigio, sino un entramado simbólico cuya lógica se despliega y desvanece con el progreso de la historia. De hecho, algunos lectores (preocupados de «lo adulto») resienten que el fallecido Miura haya abandonado sus trasfondos más oscuros para centrarse en una narrativa más esperanzada en los arcos más recientes del manga.
Frieren, por su parte, no es ni remotamente violenta ni visualmente horrenda en comparación con los rincones más tenebrosos de la obra de Berserk. Muy por el contrario, la historia destaca por su atmósfera acogedora. La versión animada está bellamente dibujada; el trabajo de fondos es sublime; la música, si bien un tanto genérica, es también cálida y nostálgica. Cualquier asomo de desnudo o fanservice es mínimo, imperceptible o simplemente intrascendente. Incluso la política, otro elemento infaltable en la trilogía de «lo adulto», aparece de manera tenue y sugerida. El caso de Osama Ranking es similar. Ambas son obras que tocan temas de interés «mayor» de una manera tan orgánica como amable y sutil.
La industria estadounidense nos tiene acostumbrados a una idea de adultez en la que no caben más que tres cosas: sexo, política y violencia. No importa, nótese, el tratamiento que se de a estas temáticas. Si están presentes, es suficiente para que cualquier obra con pretensiones de madurez pase la prueba de la seriedad. La adaptación de Castlevania de Netflix es un buen ejemplo de esto. Aunque tenga muchas cualidades narrativas redentoras y una estética a menudo irresistible, no queda en ella un ápice de la teatralidad absurda, la sátira y la exageración de la original saga de Konami, cuyo valor, más allá de la jugabilidad propia del género que inventó, era no tomarse a sí misma tan en serio.
A veces, pienso, el anime debe ser, a ojos norteamericanos, demasiado pueril; hay que adultizarlo so it makes sense to an american audience. Esto pareciera querer sugerir que el entendimiento gringo de los temas que ellos mismos califican de maduros es, más que maduro, agrandado. Childish, not child-like.
Ahora bien, la historia de la elfa Frieren nos demuestra que no es necesario tener intrigas palaciegas para hablar de política ni extensas escenas de carnicería bélica para hablar de maldad y crudeza. Al mismo tiempo, expande la forzosa y cansina triada de «lo adulto», incorporando una serie de temas que, efectivamente, golpean con más fuerza con el paso de los años. Desde el primer capítulo en adelante asoman preguntas sobre tiempo, (in)mortalidad y trascendencia que el propio J.R.R. Tolkien apenas dejó esbozadas4: Frieren, el personaje, nos da la exploración más completa y profunda de la mente feérica que tenemos en la historia de la fantasía conocida hasta el momento, al tiempo que nos narra, a través de sus propios recorridos, lo que ocurre después del viaje, una vez que la edad heroica ha terminado (al menos de momento) y una nueva época de paz se cierne sobre el mundo.
De hecho, al centrarse en un tiempo libre de un conflicto a gran escala, la primera temporada de Sou Sou no Frieren permite explorar temas políticos alejados de las habituales luchas intestinas que caracterizan las «fantasías políticas» que tanto encantan a las audiencias occidentales. Los viajes y aventuras de nuestra elfa son, de hecho, un telón de fondo que permite instalar interesantes discusiones sobre la memoria, tanto en un sentido personal como histórico: ¿Cuánta erosión puede resistir la sociedad antes de olvidar a quienes legítimamente, gracias al marco del género, fueron sus más grandes salvadores? ¿Cuántos años puede anidar en el corazón el recuerdo del rostro y la voz de un ser amado, perdido en las idas y venidas de la vida? ¿Qué estoy dispuesto a hacer para volver a ver o al menos preservar la memoria de mis muertos? ¿Cuánto recuerdo de mi propia historia? ¿Cuánto de mi memoria e identidad es producto de mí mismo; cuánto pertenece a los demás?
A lo largo de los cuatro arcos de la primera temporada de la serie, Frieren y aquellos acaso destinados a convertirse en la nueva generación de héroes recorren el mundo en dirección a las tierras de Ende, el lugar donde alguna vez estuviera el castillo del Rey Demonio y también la entrada al mundo de los muertos. También tenemos destellos de su historia con los héroes legendarios: Himmel, el príncipe azul que no destiñe; Eisen, el lacónico guerrero enano; Heiter, el desenfadado aunque compasivo clérigo corrupto y todos los personajes que conocieron a lo largo de un periplo de diez años. También nos adentramos en el pasado traumático del personaje, su odio por los demonios (algo que ha molestado absurdamente al público estadounidense, que insiste en ver a estas criaturas como la representación de una etnia particular y no como una personificación del Mal en un sentido metafísico) y la extraña historia de rivalidad y correspondencia entre Flamme, la maestra de Frieren, y Serie: la otra elfa, conocida como El grimorio viviente, un personaje cuyo poder e influencia apenas pudimos vislumbrar hacia el final de la primera temporada.
En este periplo emergen más temas y motivos «serios», como la deconstrucción del heroísmo, el sentido del deber más allá de la memoria, la ingratitud del conformismo, el miedo al fracaso y a las expectativas ajenas, el suicidio y la pérdida de sentido o, incluso, el libre acceso al conocimiento versus el elitismo de una minoría burocrática, tan arbitraria como ineficiente. La diversidad de temáticas que aborda la historia es amplísima, más considerando que solo he hablado de los primeros cuatro arcos narrativos del gran relato que tenemos entre manos.
Paralelamente, todo esto ocurre sin renunciar al humor, la torpeza e inocencia del romance y los mal llamados tropos o clichés del género. En Frieren, por supuesto, hay magia con nombres estrambóticos, laberintos llenos de trampas letales, espadas legendarias y señores oscuros. No falta nada que la fantasía, como género, no nos haya dado antes. A menudo, a decir verdad, está en estado tan «puro» como alguien asiduo a sus convenciones y referentes podría esperar.
Y, sin embargo, es una historia que va más allá de todo lo que hemos visto: no solo del viaje de los héroes, sino de la fantasía como género. La industria estadounidense, con sus grandes nombres, con sus presupuestos absurdos, sistemas de magia y franquicias que se resisten a morir, no puede acercarse a sus logros. Luego de casi dos décadas de Isekai ad nauseam, la aventura de la elfa de cabellos blancos nos demuestra que la fantasía «clásica» aún tiene mucho que entregar sin grandes maquinaciones o artificios.
Cuando vivir es que otros nos recuerden
Llama la atención que el héroe Himmel, que acaba sus días como un ancianito curcuncho y modesto en el primer capítulo, esté tan presente a lo largo de la trama. Lo mismo ocurre con Heiter poco después encargarle a Frieren el destino de la joven Fern, una pequeña de talento excepcional para la magia. Todos ellos viven en la memoria de la elfa, lo mismo que los humanos que fueron niños o jóvenes en los tiempos de la guerra contra el Rey Demonio. Algo similar ocurre en The Legend of Zelda: Breath of the Wild. Después de pasar cien años sumergido en un sueño curativo, solo los más jóvenes testigos del Cataclismo (así como las criaturas más longevas que pueblan las tierras de Hyrule), recuerdan, a veces vagamente, al joven elfo-hyliano de Nintendo5. Ya sea para bien o para mal, parecieran decirnos estas historias, uno vive mientras permanezca en los recuerdos de aquellos a quienes conocimos y cuyas vidas hemos cambiado de algún modo.
Parte de la sensibilidad que hace única a la fantasía hecha en Japón es que parece escrita con conciencia y gratitud. Incluso obras menores como The Faraway Paladin logran entrar en comunión con sus ancestros narrativos. Sou Sou no Frieren mantiene vivo el recuerdo de la fantasía «clásica», no solo literaria sino también video-lúdica y, como muchos personajes de la historia, la guarda para que no se pierda en el devenir de nuestros tiempos. Los humanos, al fin y al cabo, tenemos muy mala memoria: no solo nos perdemos en el bosque, como el pequeño Himmel. También olvidamos que otros fueron primero que nosotros al País de Fantasía; a veces, desgraciadamente, incluso olvidamos nuestros propios viajes por sus landas. También solemos pasar por alto que el Mal sigue siempre ahí.
Menos mal que la elfa viajera está ahí para ayudarnos y para recordarnos que cada uno, en nuestro propio periplo a Ende, llevamos los fragmentos del recuerdo de alguien más.
Nómbrenme a un solo autor o autora de fantasía estadounidense (o ingleses, maldita sea) de los últimos veinte años que haga esto con semejante poder, elegancia y belleza. Díganme quién.
Quién.
Tenemos mucho que aprender de mangakas como Kanehito Yamada o Ryoku Kui (Dungeon Meshi). Ojalá escribir elfos tan buenos como ellas.
Esta “categoría” incluye no solo incluye a mangakas y desarrolladores de videojuegos, sino también a músicos como Maaya Sakamoto, Yoko Kanno, Koji Kondo, Yasunori Mitsuda o Yoko Shimamura.
La idea completa aparece en el ensayo titulado On Three Ways of Writing for Children (1952). A continuación les dejo una traducción idiosincrática de mi autoría:
Los críticos que consideran «lo adulto» como un criterio de aprobación, en vez de verlo como un mero descriptor, no pueden ser adultos ellos mismos. Estar preocupado de ser adulto; admirar «lo adulto» porque es adulto; avergonzarse ante la mera sospecha de mostrarse infantil ante los otros; todos estos signos son propios de niños y adolescentes y, como tales, aunque con moderación, resultan saludables. Es natural que los jóvenes anhelen madurar.
Sin embargo, insistir majaderamente en esto una vez que hemos alcanzado cierto desarrollo es, por el contrario, un síntoma de atrofia interior: cuando tenía diez años, leía cuentos de hadas en secreto. Si me hubieran descubierto, me habría muerto de vergüenza. Ahora que tengo cincuenta los leo abiertamente y sin reservas porque, cuando crecí, dejé atrás inmadureces semejantes tales como el miedo a la niñez y la idolatría de lo adulto.
Johansen, Jørgen Dines (1996). "The Merciless Tragedy of Desire: An Interpretation of H.C. Andersen's 'Den Lille Havfrue.'". Scandinavian Studies. 68 (2): 239. JSTOR 40919857.
Podríamos decir, en ese sentido, que un antecedente del tratamiento japonés de lo élfico se encuentra en el Athrabeth Finrod ah Andreth, relato corto de J.R.R. Tolkien (publicado en español en 1994 dentro de El Anillo de Morgoth) donde el elfo Finrod Felagund y Andreth de la casa de Beör, una mujer mortal, discuten las diferencias entre sus pueblos. El relato incluye una discusión sobre Dios y la relación con sus criaturas que tampoco queda fuera de Frieren. Aunque lo divino se manifiesta en la historia en la forma de una deidad femenina (Megamisama), su presencia añade una capa teológica que la fantasía norteamericana más influyente tiende a considerar como un fenómeno sociológico antes que teológico. En Canción de Hielo y Fuego, lo religioso importa más por su aporte a las tensiones de la trama o el retrato de la sociedad westerosi. El viaje de Frieren, en muchos sentidos, puede considerarse un peregrinaje: una travesía con un trasfondo espiritual.
Cabe preguntarse por la memoria y la conciencia de Zelda en Tears of The Kingdom. Convertida en dragón para poder reparar la Espada Maestra, la princesa de Hyrule debe renunciar a su identidad y conciencia. Sin embargo, sus recuerdos permanecen en forma de lágrimas que podemos encontrar a lo largo y ancho de nuestros viajes por Hyrule. Esta persistencia de la memoria es clave tanto en la fantasía «clásica» como en la japonesa. En contraste, la fantasía grimdark de Joe Abercrombie pareciera basarse en su desmistificación: la vida no es como te lo cuentan las canciones. Este también es un tema recurrente en la obra de George R.R. Martin.
Hermoso. Tanto qué pensar. Yo también empecé la fantasía x Grim, Perrault, Andersen que mi padre tenía en versiones no dulcificadas... y ahí descubrí el vértigo y el lado peligroso de Fantasía. Recuerdo unos veranos que leía en la biblioteca pública recopilaciones de cuentos clasicos de fantasía de diferentes nacionalidades, también sin "suavizar" y creo que eso marcó mi gusto. Después vino la épica, Julio Verne, ciencia ficcion, y Tolkien, que, como a tí, me llenó de todo lo que no sabía que me faltaba y lo sigue haciendo. Me encanta que menciones Athrabeth xque es un texto que para mí define perfectamente la otredad de los elfos, y lo poco que llevo de Frieiren concuerdo en que también es de una otredad tan Feérica que sobrecoge. No me imagino un anime americano con este ritmo tan pausado y estos silencios y planos de campos con flores o nubes...y sin embargo cada uno de los 3 episodios que he visto se ha sentido como una patada en la boca en el estómago que te deja sin aliento. Un maravilloso descubrimiento, gracias!!!